Antígona, de Jean Annouilh, en La Riereta Teatre

domingo, 27 de marzo de 2011

26-03-2011, función 4: y el crítico se puso de pie a aplaudir

Noche bochornosa en la ciudad. Quién le mandará adentrarse a estas horas en el Raval, piensa al ir a pagar el taxi. El crítico de teatro [un oficio, no una aventura] se asoma desde el quicio de la puerta y pregunta con gran dosis de escepticismo: "¿Esto es la Riereta?"

Mientras hace tiempo para entrar en la sala, sostiene un programa de mano y aprovecha para fisgonear: "¿De dónde ha salido este antro? ¿Y dice ud. que aquí imparten cursillos de preparación para acceder al Institut del Teatre? Curioso."

La luz de sala desaparece, el director [a quien conoce bien] sube al escenario y se presenta al público. "Teatro-fórum a estas alturas del partido, no, por favor."

Comienza la tragedia. El conflicto avanza inexorable, paso a paso. Y el crítico aguarda, pacientemente, con los brazos entrecruzados, a que el espectáculo entre en los derroteros de casi siempre en este tipo de compromisos: gritos exasperados, gestos altisonantes, buenas intenciones y falsas realidades.

Pero los brazos del crítico se desenredan. Caen sobre sus rodillas para dar apoyo, con las manos, al mentón afilado. Sus pupilas denotan interés. Sus hombros avalanzados hacia el escenario parecen sucumbir al embrujo de lo que se le ofrece en escena. Definitivamente, abandona su gorra de crítico [profesional] y se mesa tímidamente el mostacho mientras desciende de su atalaya para asistir, boquiabierto, sin coraza, a la verdad de unos personajes que reviven, para él, el texto urdido por el dramaturgo.

La tragedia estalla, salpica a todos los presentes, sacude conciencias a diestro y siniestro, hasta que los aplausos, las glorias y las luces de la sala se iluminan devolviendo al público a su ruda realidad. Pero el crítico [heroico] permanece en su butaca, insistiendo en su sonoro picar de manos, hasta que inicia inconscientemente un movimiento vertical para conseguir que toda su figura [la gorra, las pupilas, el mostacho, el mentón, los hombros, las manos, los brazos, las rodillas] se yerga sobre la platea para convertirse en aquel que se puso de pie a aplaudir.

Seguramente, nunca escriba su crónica. Pero quizás tampoco olvide aquellos 140 minutos de intensidad que acaba de vivir.

Todo esto lo debo haber soñado, probablemente. Pero me gustaría pensar que un día, más o menos triste, más o menos lejano, la figura del crítico, de pie, aplaudiendo a rabiar, aparecerá delante mío. Felices sueños...

1 comentario:

  1. Parece que el hombre de arena se ha lucido contigo esta noche. ¡Qué sueño!
    Por cierto, si para convertirse en hombre "hay que contemplar frente a frente la figura del padre", contemplar frente a frente "la figura del crítico, de pie, aplaudiendo a rabiar" debe convertirle a uno en actor, ¿verdad?
    Si tengo razón, se trata de una realidad, no de un sueño. Felicidades, ¡¡ACTORES!!

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