La cosa tenía su mérito. Noche gélida, preludio de la frustrada Siberíada sobre Barcelona, y apenas una decena de espectadores dispersos sobre la crujiente grada. Y pese a lo sórdido de la situación, una incipiente energía se convierte poco a poco en un efervescente estado de emoción que culmina, con los aplausos, en un ¡bravo! por parte del público.
¡Glups¡ No satisfechos con ello, asistimos atónitos a la escena que se produce a continuación: el más fervoroso de ellos, suicidamente, baja los escalones que conducen al escenario y estrecha la mano de los actores con lágrimas en los ojos. ¿Existe mayor satisfacción que eso para un actor?
Posteriormente, a la salida... el espectador en cuestión confesará que es un devoto del personaje de Antígona, que por su origen [es griego, de los de la deuda] ha asistido a infinidad de espectáculos y versiones, pero que nunca había encontrado una puesta en escena tan potente, tan cercana, tan humana... Tendra razón, quizás... ;)
No hay comentarios:
Publicar un comentario